Llevamos ya tiempo disfrutando un revival de la década que nos ha visto crecer, los 80. Una década que extendió sus tentáculos al principio de los 90, y que, desgraciadamente, poco a poco fue desapareciendo.
Después de la fiebre despertada recientemente en las redes sociales, con Kung Fury, cortometraje inspirado en una desvergonzada estética ochentera, al que parte de su éxito se le debe a True Survivor, el tema principal de la banda sonora cantado por David Hasselhoff. Vivimos una euforia colectiva.
La generación que sobrepasa la treintena, ha convivido en su infancia con una estética totalmente despreocupada de los estilismos y puestas en escena impecables, que actualmente, tanto se cuidan en todas las producciones. Una estética e influencias que nos han moldeado durante la infancia como si fuéramos de plastilina.
Toda esa generación que ha crecido con series como El coche fantástico, El equipo A, Los Power Rangers; videojuegos como el Outrun, el Golden Axe o el Final Fight; películas como Howard, La historia interminable o Dentro del Laberinto; canciones como Comando G (Parchis), Dream Warriors (Dokken) o He-Man (Shuky Levy), se ha hecho mayor.
Y es lógico que la nostalgia se apodere de nosotros viendo todas esas referencias con las que hemos crecido en proyectos actuales, de manera que nuestros sentimientos nos devuelven a una segunda juventud; desde la música, pasando por el cine, y acabando por las series televisivas o los videojuegos que nos vieron crecer.
Turbo Kid nace del cortometraje T is for Turbo, que quedó como finalista para su incorporación a ABC’s of Death (2012), film compuesto por 26 segmentos, cada uno con una letra del abecedario, y que pudimos degustar en el Festival de Sitges en 2012. T is for Toilet fue el ganador del concurso y se incluyo en detrimento de T is for Turbo.
Tres años después, aquel proyecto convertido en película, ha sido coproducida entre Canadá y Nueva Zelanda. Como en el corto, se nos sitúa en un futuro post-apocalíptico. El agua se ha convertido en el bien más preciado. Kid se ha criado solo, pero gracias sobretodo a la ayuda de un cómic retro y otros objetos de tiempos pasados que se han convertido en su particular obsesión, sobrevive en un mundo hostil. Pero con ayuda de compañeros que irá encontrando a lo largo de su camino, luchará contra Zeus y su grupo de salvajes que se han autoproclamado los jefes de todo el territorio, incluída el agua.
Lo que ofrece Turbo Kid es una espiral de referencias más claras, o más rebuscadas, hay de todo un poco, dirigidas al espectador que supera la treintena.
El film dirigido y escrito a tres manos por François Simard, Anouk Whissell, Yoann-Karl Whissell arranca con fuerza y su estética enamora al espectador que ha disfrutado con títulos tan claramente referenciales como Mad Max o Los bicivoladores, sus dos influencias más claras a simple vista. Sin embargo, en ella encontraremos distintas referencias para los más curtidos en la década de los 80, aunque alguna referencia se vaya también a la de los 90.
La película correctamente interpretada por Munro Chambers (El enviado) se enfunda el traje de Turbo Kid y hace frente a los malos con la solvencia y credibilidad digna del producto ante el que estamos.
Apple, un personaje que nos cautiva con su risueña expresión y sus extrañas reacciones, que no entendemos hasta bien entrados en la mitad del film. Es interpretado por Laurence Leboeuf, la actriz canadiense que ha participado en series de tv y algunos films menores como Trauma o 15/Love, se mueve con soltura y simpatía ante la cámara, que junto a alguna de sus frases, aportan frescura y el tono cómico necesario a la película.
Michael Ironside (Scanners) se pone en el papel de villano realmente con el aplomo necesario, pero como en el cine al que homenajea, su credibilidad como villano se pone en entredicho en más de una ocasión, no parece un malo auténtico, así que punto para él. La gran mayoría de villanos de los ochenta, no parecían tal. Que se lo pregunten a Skeletor en la película de He-Man.
Los efectos son muy de la vieja escuela y se pueden tildar de splatter debido a su exageración, que nos ofrece un festín de amputaciones, cráneos sesgados/reventados y litros de sangre salpicando nuestra retina. Para mayores complementos en los escenarios, se recurre a lo digital, pero hasta las grandes producciones lo hacen, aunque debido a su ajustado presupuesto que no daba para más, se nota bastante. Pero es acorde con el homenaje que hace el film a toda una década y generación.
De la banda sonora solo se pueden hablar maravillas, Jean-Philippe Bernier, compositor de T is for Turbo, que junto a Jean-Nicolas Leupi nos ofrecen un score muy fiel al estilo visual. Sin olvidar a Le Matos de la productora musical No Tomorrow, que ha compuesto el tema de apertura de la película, toda una declaración de principios a lo que nos ofrece el film. Un estilo musical electrónico con sintetizadores que está reviviendo gracias a grupos como VHS Glitch, Dance With The Dead o Dynatron.
Así que ya solo nos faltaría hablar un poco del guión, que sin ser la panacea de la originalidad, toca de forma muy fiel y efectiva, respecto a como se hacía en los 80; los principales valores como la amistad, el amor y la venganza.
Un disfrute para el fan de toda una década, al que finalmente le otorgo un punto negativo por una falta de un ritmo más trepidante en ciertos momentos del film, en el que se insiste demasiado en la relación entre personajes y no le permite trascender más allá de lo anécdotico de la propuesta.
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