Veinte años han pasado -exactamente la misma la línea temporal que utiliza la película- desde que Roland Emmerich causó cierta sensación entre el público con su film Independence Day. Pues, si mal no recuerdo, el estudio realizó publicidad viral en las Noticias advirtiendo de la llegada de naves extraterrestres a nuestro planeta Tierra.
Aun con todas las carencias y fallos que se le pueden atribuir a dicha primera parte, me declaro bastante fan de la misma. Me parece una película muy entretenida y, sobre todo, divertida, aunque esa no fuera la intención inicial. Por lo tanto, no podía dejar pasar la ocasión de acercarme a ver esta secuela como es debido, en una gran pantalla de cine.
Las naciones de la Tierra, que temen el regreso de los invasores, han colaborado en la elaboración de un gigantesco programa de defensa para proteger el planeta. Pero no es seguro que ese programa sirva para hacer frente a los avanzados e inauditos recursos de los atacantes. Sólo la inventiva de unos pocos valientes pueda evitar la destrucción del mundo, que se encuentra de nuevo al borde de la extinción.
Cuando parecía que ya no llegaría nunca una secuela, Emmerich se atreve a llevar a cabo esta segunda parte, con una sinopsis/premisa tremendamente similar a la obra original. El guión escrito por Nicolas Wright (Asalto al poder), James A. Woods, Dean Devlin (Stargate: puerta a las estrellas), James Vanderbilt (Zodiac) y el propio Emmerich no es mejor ni peor que el de su antecesora.
Posiblemente tiene la misma cantidad de agujeros e incongruencias que su antecesora, no los he contado pero los he visto. Sin embargo, esto no impide disfrutar de un destructivo espectáculo visual de calidad con la tendencia bélica y patriótica de la obra original.
Dicho manuscrito tiene algún punto, mayormente en su desenlace, con el que se intenta innovar y desmarcar de su antecesora, pero básicamente la historia principal es exactamente igual. Así que en ese punto, ya no nos va a resultar tan fresca como fuera la obra de 1996.
A nivel estético, se asemeja todavía más a La guerra de los mundos, novela escrita por H. G. Wells, de la que se han realizado dos adaptaciones a la gran pantalla; una en 1953 dirigida por Byron Haskin y otra más moderna en 2005 dirigida por Steven Spielberg. Pero además, otra referencia que Emmerich toma prestada para esta segunda invasión cortada con el mismo patrón que la primera parte, es de Alien dirigida por Ridley Scott.
El diseño de producción de la presente obra goza de un estilismo futurista pero sin prescindir de los diseños originales. Nos deja ver un futuro muy cercano, en el que han cohesionado muy bien la tecnología terrestre con la extraterrestre. Punto que me ha gustado mucho.
De manera que consigue que éste resulte más creíble de lo esperado inicialmente, al margen de todas las fantasmadas que se marca el propio film sin las que éste no tendría sentido de existir.
En esta segunda parte todo es más grande y ostentoso, aunque eso no significa que sea mejor ni más divertida que la original, tampoco significa que sea aburrida. Lo que más afecta a mi entender en la parte de la historia, es el tono trágico que intentan mantener algunos personajes y la presencia de alguno más carismático. Además, creo que los personajes deberían haberse tomado menos en serio a sí mismos, tal y como se hizo en la primera parte.
La pasión de Emmerich en los últimos años por abarcar destrucciones colosales, se ha convertido en una auténtica obsesión. Tendencia que le ha ido absorbiendo y engullendo como un agujero negro que traga todo lo que encuentra a su paso.
Pero no lo comento como algo negativo, me encanta ver como arrasa con todo lo que encuentra a su paso, aunque se le va de las manos, por no decir que se le ha ido hace tiempo ya.
Puede que no nos sorprenda tanto, como la aniquilación que nos mostró en su film 2012, pero la inmensidad del primer contraataque de los aliens es descomunal y maravillosamente demencial.
Esto no quita de reconocer que los ataques destructivos están tremendamente bien realizados con unos notables efectos. Lo que no pudo llegar a realizar por falta de medios tecnológicos en la precedente obra de 1996 protagonizada por Will Smith, ha hecho que el director germano se explaye en esta secuela con un nivel de destrucción más propio del cine de catástrofes, influenciado por sus anteriores películas.
Quizás algo excesiva, pero impactantemente risible. Hasta este punto es todo como esperaba que fuese, ni más ni menos. Muchos efectos especiales bien realizados y con grandes dosis de destrucción. ¿Qué más se puede pedir?
Los personajes principales no destacan tanto como lo hiciese Will Smith en la obra original. En los roles principales tenemos Liam Hemsworth (Los juegos del hambre), el hermano pequeño de Chris Hemsworth, conocido por su papel de Thor en Marvel.
Liam se reparte el protagonismo con Jessie T. Usher que encarna a Dylan Hiller, el hijo del Capitán Steven Hiller, el personaje al que daba vida Will Smith (Men In Black) al que la historia ha eliminado de un plumazo, no sé si por falta de popularidad actual como actor de cine, caché de muchas cifras, o ambas cosas.
La película no tiene un protagonista absoluto y definido. En cuanto a los personajes rescatados como el de Bill Pullman en el papel del, ahora, ex-presidente. El del Dr. Brakish Okun el científico loco interpretado por interpretado Brent Spiner. O el de David Levinson interpretado por Jeff Goldblum (La mosca) aparecen con menor importancia, sobre todo este último, que en la anterior jugaba un papel mucho más decisivo.
Caras nuevas como la de Maika Monroe (The Guest) dando vida a la hija del ex-presidente, además de piloto de cazas, como su padre. O la actriz Angela Yeung Wing, conocida como Angelababy (Hitman: Agente 47) que ejerce como piloto de cazas, tampoco tienen mucha más relevancia que las caras veteranas rescatadas de la anterior entrega.
En fin, no resulta tan fresca ni desternillante como fue y es la obra original, aunque se disfruta gracias a todos los excesos visuales que comete Emmerich, fruto de su obsesión por la destrucción sin parangón.
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