En su paso por la anterior edición de 2015 del Festival de Sitges, Green Room, dirigida por Jeremy Saulnier, que también ha ejercido como guionista del film, obtuvo comentarios bastante positivos, en ocasiones, convertidos en halagos alzando ésta por las nubes.
La intención inicial de un servidor era verla. Sin embargo, debido a las clásicas incompatibilidades horarias entre sesiones, no me quedó más remedio que sacrificar el visionado en favor de otras, a priori, más interesantes.
Tras presenciar un asesinato en un bar, los miembros de una banda de música punk son encerrados en una habitación del local por los autores del homicidio: una pandilla aterradora de neonazis que reivindican la supremacía blanca. Su líder es el dueño del bar (Patrick Stewart), un tipo que no quiere dejar testigos de lo sucedido.
A lo largo de las décadas, la ultraviolencia ha estado omnipresente en muchas grandes obras cinematográficas. Sin intentar parecerse en aspectos técnicos u argumentales, durante el visionado de Green Room es casi inevitable para el espectador, venirle a la mente obras como La naranja mecánica de Stanley Kubrick o El club de la lucha de David Fincher.
Pero no quiero crear falsas expectativas a quien lea estas líneas, únicamente se asemejan en aspectos morales. Su parte estética y su desarrollo argumental se aleja mucho de ambas referencias que he mencionado.
Como muchas películas que abordan el tema de la violencia, además de las mencionadas obras, puede parecer que Green Room realiza apología de la violencia, sobre todo, en el tramo central y desenlace. Nada más lejos de la realidad, se me antoja como una señal de protesta ante la violencia extrema.
Green Room aborda este tema desde una perspectiva muy cercana con unos resolutivos efectos especiales que apuntan a lo artesanal, y que aprueba con nota alta. Pero lo importante es, que lo hace sin pretensiones artísticas ni argumentales.
La tonalidad de la película es sucia, muy propia de películas de los 70, aunque se ambienta en una época muy actual. Su desarrollo le debe mucho a obras como Asalto a la comisaría del distrito 13 de John Carpenter, La niebla de Frank Darabont o El amanecer de los muertos.
Tan distintas entre sí como Green Room lo es con todas ellas, pero tienen algo muy en común, ese punto en que la calma que precede la rabia entre sus personajes se dispara con gusto, acierto y eficacia una vez traspasamos el primer acto de negociación entre la banda de música y los anfitriones del local de habitaciones verdes, como bien indica el título de la película.
La fotografía de Sean Porter (Policías corruptos) es de colores apagados y tonos principalmente oscuros que en casi todo momento busca y se sustenta gracias a la violencia recreada de la forma más realista posible.
Al principio he comentado que la película causó bastante buenas sensaciones entre el público que pudo disfrutarla durante el certamen. Ya sabemos que las expectativas son muy traicioneras. No puedo decir que no me haya gustado, pero me esperaba algo mucho más impactante y memorable de lo que nos ofrece Green Room.
Las expectativas que me había creado al leer tan buenos comentarios, dejan ver algunos errores y formas en las que se desarrolla la historia. Su lenguaje y el mensaje que intenta transmitir la película no es lo suficiente claro y coherente en algunas partes, algo que se ve compensado con la parte visual.
Entre su reparto podemos destacar a Anton Yelchin (Star Trek: En la oscuridad), Callum Turner (Victor Frankenstein) y Macon Blair (Blue Ruin), pero no estamos ante un film de grandes interpretaciones. No hay que olvidar que es un film independiente, un tono presente en todo su metraje.
Sin embargo, estos tres actores, son algunos de los que más peso tienen en la historia. Si no contamos a Imogen Poots (Filth, el sucio) y Patrick Stewart (X-Men). Pero, como he dicho, ninguno llega a destacar por encima del resto del reparto en cuanto a las interpretaciones, que sin ser memorables y ostensiblemente sencillas, suficientemente creíbles.
La película es rabiosa por momentos, cierto. Y el suspense está bien llevado la mayor parte del tiempo, también lo es. Pero la diversidad de sus diálogos, algunas decisiones que toman los personajes principales que no dejan claro de qué bando están realmente; Neonazis o Punks. Además, de algunos de los términos propios que utiliza la tribu urbana de Neonazis, la película de Saulnier se me antoja especialmente extraña en algunas secuencias que, a mí juicio, no dejan brillar el conjunto en todo su esplendor.

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