Jon Watts, el director de Clown (2014), nos presenta en su más reciente película, Cop Car, -traducida al horrible título de Coche policial en nuestro país- una road movie que parte de una premisa, a simple vista, bastante interesante.
Con una puesta en escena y realización que pone el punto de mira en el blanco antes de disparar, si me hubiesen dicho que estaba firmada por los hermanos Coen, lo hubiera creído.
Dos niños de diez años encuentran un coche de policía aparentemente abandonado y deciden montarse para dar una vuelta. Pero esto será el inicio de un tortuoso y desesperado juego en el que la única salida será conducir tan rápido como puedan.
Salvando pequeñas lagunas en el guión co-escrito por Watts junto a Christopher D. Ford (guionista de Clown); por ejemplo, la rapidez con la que aprenden a conducir el coche los dos niños, aunque lleve cambio automático es un poco precipitado; que no sospechen nada en la central de las extrañas peticiones del sheriff, justificadas con la escena del policia motorista, o los 80 km que presumen haber andado los dos jóvenes protagonistas, así sin más, aunque podría suponer una exageración cómica de los propios críos.
Pero si dejamos esos pequeños e ínfimos detalles que, en realidad no afectan a su desarrollo, y entramos en el juego que se nos propone, el del gato y el ratón, funciona mucho mejor de lo que a primera vista parece. Lo que empieza como un divertido juego o travesura, llámalo como quieras, se volverá cada vez más peligrosa e intensa, sobre todo en la segunda mitad de la película.
En unos áridos parajes resaltados por una arenosa fotografía, la película se desenvuelve con pulso firme, y nos mantiene bien atentos a su simple pero bien ejecutada trama, que sabe ocultar bien sus pequeños entresijos, impidiendo intuir realmente cómo va a terminar.
El film va in crescendo y llega un punto en que parece que tenga que pasar algo realmente impactante, llegados al nudo a puertas de su desenlace, éste podría haber sido tratado con mayor contundencia, ya que se espera de él algo más pomposo y que se rubrique como algo inolvidable.
Pero éste termina resuelto, cierto que se hace con ingenio -en la escena del molino-, pero de manera precipitada y poco noble para con el resto del conjunto. Esto no significa que su desenlace no sea efectivo, pero parece haberse dejado una pieza del puzle en la caja, estar incompleto.
La película combina elementos propios del thriller con un humor sarcástico que imprime pequeñas notas humorísticas al film, visto desde un punto 100% comedia negra, no esperéis reíros a carcajadas porque no dá para ello.
Es una película de muy pocos personajes, pero de gran carisma e intensidad, aunque los niños a veces producen un poco de antipatía, se les acaba apreciando.
La pareja de jóvenes intrépidos, interpretada por James Freedson-Jackson (Super Bowl XLVIII Halftime Show) en el papel de Travis y Hays Wellford (Carver) como Harrison son tal para cual, una pareja inseparable que a pesar de caracteres antagónicos, combinan a la perfección.
Mientras que Kevin Bacon (Death Sentence) pone la cereza al pastel y nos ofrece una interpretación tan solvente como creíble, en un film de moderadas proporciones. Un sheriff bastante torpe que sabe salir con improvisación de las situaciones más comprometidas.
El compositor Phil Mossman (I Origins) adorna la película con una banda sonora sencilla y muy acorde a esa américa profunda e intimista que nos presenta Watts mediante unos planos abiertos que desprenden fuerza e intensidad.
Una pieza característica que destaca en el conjunto es su Main Theme, que desde la sencillez de un piano me recordó a una de las melodías compuestas por Michael Nyman para Ravenous, dirigida por Antonia Bird.
Una película de buena factura técnica y con un final que no pasará a los libros de cine, pero con un resultado global que consigue mantener el interés del espectador y mantenerlo en vilo durante buena parte del mismo.
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